Todo comenzó con la refri.

Resulta que la refri ya estaba viejita, y el recibo de luz lo demostraba, entonces, como dijo doña Ligia: “ya teníamos que cambiarla o íbamos a seguir pagando 50 mil colones de luz todos los meses”. Una serie de eventos desafortunados llevaron a Los Chinchilla a una situación bien complicada. Bueno, no fue necesariamente una serie de eventos, sino una cadena de malas decisiones financieras relacionadas con deudas, y todo comenzó con la refri.

Doña Ligia escogió una refrigeradora que parecía un robot: dos puertas, acero inoxidable, muchos botones y una pantalla muy bonita en la puerta izquierda, todo un paquete tecnológico de 22 pies. Se la dieron con sólo presentar su cédula, no dio prima y le dieron dos meses de gracia para pagar la primera cuota, que quedó en 60 mil colones al mes. Doña Ligia aprovechó y compró un celular en la misma transacción, eran nada más 6 mil colones más por quincena.

Don Iván tenía un vicio, le encantaba ver tele. “Es que vea, yo veo de todo, y con todo lo que he trabajado en la vida, por lo menos ver tele en algo bueno”. Yo le daba la razón, porque su semblante era el de un señor muy trabajador. Lo que no entendí muy bien es como hicieron para meter “semerendo” aparato a la diminuta sala de su casa. Según mis cálculos, tuvieron que sacar la tele de la caja en la cochera. El asunto es que ese chunche lo adquirió en un almacén de esos de membresías porque le salía muy barato si lo compraba con la tarjeta de crédito del almacén. Al pago mínimo de 50 mil colones que ya pagaba, tenía que sumarle 40 mil colones más.

Y seguía el turno de Jonathan. Adulto joven, recién comenzaba su primer trabajo y quería comprarse de todo. Lo más urgente era un aire acondicionado para su cuarto. Un amigo le vendió uno casi nuevo a un súper precio. Le pidió la plata prestada a una tía, y le dijo que con el aguinaldo se la pagaba.

Y como diría mi mamá: “comenzó Cristo a padecer”. La refri nueva sirvió para bajar el recibo de electricidad de 50 mil a 30 mil, pero no el gasto como tal, que subió de 50 mil a 90 mil: a los 30 mil que pagaban de luz había que sumarle los 60 mil de la cuota.  Ah, y el teléfono, que, en términos mensuales, eran 12 mil colones más. Pero resulta que el pobre recibo de luz otra vez se vio afectado cuando el aire acondicionado entró en juego. Ya no eran 30 mil, ahora eran 60 mil por concepto de electricidad. Y un día don Iván tuvo un accidente y lo incapacitaron 4 meses… el salario ya no alcanzaba para el monto mínimo de la tarjeta con la que compró la tele. Doña Ligia asumió los recibos, pero “salía muy apretada”, y Jonathan estaba limitado porque se había vuelto a endeudar para arreglarle la caja de cambios al Bólido (así le decía a su Toyota Tercel modelo 1991).

Un préstamo por aquí, una chamba por allá, un arreglo de pago por otro lado, una tarjeta de crédito nueva, un par de créditos personales. De todo echaron mano para poner parches a los diferentes compromisos que habían adquirido como familia, sin percatarse que su ingreso conjunto de casi un millón de colones, estaba siendo consumido en un 80% para pagar deudas. ¿Ustedes creen que 200 mil colones mensuales alcancen al menos para que tres personas puedan ir al súper, paguen pases de bus y recibos públicos? 

¿Y en qué terminó todo? En una depresión. Vendieron el carro, la tele, el aire acondicionado. Doña Ligia empezó a limpiar casas mientras Jonathan hacía todas las extras que le ofrecían. Todos eran esfuerzos necesarios para tratar de salir a flote cuando el banco le embargó parte del salario a don Iván por no pagar la tarjeta de crédito. Esa crisis ya lleva dos años, y no ha terminado.

 

Rosa GomezComment